Infierno Celestial
Estaba muy oscuro. En aquella residencia de estudiantes las sombras de la noche siempre se acentuaban y se hacían más tenebrosas, así como que bastaba el más leve de los sonidos para despertar la intranquilidad en quien habitaba.
Apenas quedaban cinco días para la Navidad y la mayoría de las chicas ya se habían ido a sus respectivos hogares, a disfrutarlas junto a sus familias. Pero Ana y Lidia siempre esperaban hasta el último instante para marcharse.
Ana tenía el billete de autobús para las 12 horas del día siguiente, mientras que a Lidia le tocaba coger el avión de las 13h. Allí estaban las dos, caminando sigilosamente por los pasillos, rezando entre risitas por que las monjas no las pillaran.
Estaban a punto de llegar al cuarto de Lidia cuando Ana, en un alarde de torpeza pisó la baldosa falsa, que emitió un ruido inesperado en aquella noche tranquila, que las hizo sobresaltarse. El primer impulso de Lidia fue empujar a Ana contra la pared y taparle la boca para que no emitiera sonido.
Se quedaron así un rato, mirándose en la oscuridad mientras sus respectivos corazones latían acelerados.
Entonces Lidia posó sus labios sobre los de Ana, besándola. Ésta, influída por la excitación del momento la respondió sin pensarlo, hasta que se separó de una manera un tanto brusca, diciendo:
- Parece que la monja no viene, sigamos, anda.
Entraron en el cuarto de Lidia. Ésta se sentó un su cama, mientras que Ana optó por la silla de escritorio.
Lidia, haciéndole un gesto con la mano, le dijo dulcemente:
- Anda, ven aquí que no te voy a comer.-
A lo que Anda respondió a la manera de reproche:
- ¿Ah, no? ¿Y qué ha sido lo de antes?
- ¿Lo de antes?, ¿a qué te refieres con lo de antes?. - Anda, niña, ven aquí para que nos podamos escuchar bien sin tener que alzar la voz.
La residencia de estudiantes se encontraba situada al final de un frondoso bosque de hojas amarillas. Compuesto en su mayor parte por castaños de grueso tronco que habían echado sus raíces sobre aquel espeso manto de hierba. Esbeltos abedules que parecían querer tocar con sus ramas más altas el cielo gris. Acacias, robles y arces que se perdían entre los montes hasta donde alcanzaba la vista. A la entrada, se elevaba una alta verja de hierro forjado, macizos de flores cuidadosamente arreglados y un estrecho camino de grava que conducía hasta los grandes frontones de madera de la entrada. Se trataba de un edificio sobrio y funcional, con cierto aire de fortaleza y hermetismo. Se caracterizaba por su horizontalidad y su simetría. Con grandes pilastras y columnas que parecían dispuestas para impresionar e infundir respeto al visitante.
En suma, un feo y enorme bloque de piedra, inexpresivo, metódico y ordenado, que se erguía pesadamente en los lindes de aquella verde floresta.
Ana lo dudó unos segundos antes de acceder.
Al cabo de unos minutos ya estaban otra vez como siempre, hablando de sus cosas, riéndose, disfrutando de la gran amistad y tierna complicidad que las unía.
Una cosa llevó a la otra, y terminaron haciéndose cosquillas.
Lidia, que era muy sensible, no podía aguantar las risas, por lo que esta vez fue Ana la que tuvo que taparle la boca, echándosele encima.
Lidia apartó suavemente la mano de su compañera, mientras la miraba y le decía en un tono de voz apenas perceptible:
- Estás muy guapa.
- No sé que carajos te pasa, Lidia, pero déjalo ya, ¿quieres? - respondió Ana.
- No seas boba y déjate llevar.-
Ana la miró con una mezcla de miedo e incertidumbre, mientras que Lidia le acariciaba los cabellos. De ahí pasó a la mejilla y de ésta a los labios...
Ana dejó escapar un leve sonido que indicaba que aquéllo le gustaba, así que Lidia no dudó en besarla, siempre con mucha suavidad y dulzura.
Ana empezó a dejarse llevar, intentando no pensar en nada en concreto. La situación no dejaba de ser agradable, aquéllo sólo eran inocentes besos y juegos de caricias.
Las manos de ambas chicas se movían con total libertad sobre aquellas geografías desconocidas hasta el momento; colonizando montañas y estrechos que jamás hubieran imaginado existieran. Manos que abrían camino a lenguas más tímidas pero igualmente ardorosas.
La hermana Cecilia se acercó se acercó sigilosamente hacia el lugar de donde procedían los ruidos... No era posible que hubiese alumnas, todas se habían marchado, ya eran las 13:15 h. Con mucho cuidado se inclinó para ver qué es lo que sucedía Y pudo comprobar los cuerpos pasionales de aquellas jóvenes Su cuerpo ardió en deseos de estar allí entre ellas, pero su cabeza le decía lo contrario, la batalla sólo duró unos segundos, el tiempo en el que ella cerró la puerta con sumo cuidado, quitándose el hábito y la ropa interior
Si bellos eran aquellos cuerpos, el de la monja era un auténtico espectáculo, cualquier persona hubiese dicho que era un auténtico desperdicio no poder aprovechar la pasión sensual que emitía aquel conjunto de piel morena que acentuaba de una forma soberbia las curvas de ese regalo tan pésimamente envuelto en unas ropas que no le hacían justicia alguna
Acariciándose los pezones y rozándose con los dedos ese volcán del deseo, fue hacia su propio infierno mordiéndose los labios Sus 25 espléndidas primaveras se acoplaron perfectamente al cuerpo de Ana. Comenzó a soplarle suavemente en el oído, a chuparle el lóbulo de la oreja, acariciarle el pelo Mordisquearle la nuca, al tiempo que sus dedos toqueteaban como baquetas el tambor de la lujuria Piel sedosa con olor a melocotón en almíbar (su favorito) El cuerpo de Ana, tras sentir aquellas caricias, se dio la vuelta Quería más y vaya que si recibió más Cecilia se apoderó de ella, la besó, la estrujó contra sí Restregó su sexo contra el de Ana, le introdujo los dedos en su vagina y allí se entretuvo hasta que la hizo correrse y despertarse medio somnolienta Ana miró atónita esa belleza escultural, Cecilia le echó un guiño pícaro Pero ella no lo entendía, no podía imaginarse por un momento
De repente se oyeron unos pasos, ambas se asustaron, Ana, aprovechó la ocasión para salir de esa situación y desembarazarse de Sor Cecilia Pero no pudo Intentó gritar, pero le tapó la boca Ana le mordió y Cecilia, viéndose presa de un castigo inminente apretó el cuello de Ana, engullida por el miedo Cuando ya pasó el peligro, vio como el cuerpo de Ana yacía en la cama, inerte Cogió el cuerpo de Ana y lo echó por encima del de Lidia Agarró sus cosas y desapareció muy asustada
Lidia fue despertada por las monjas, entre ellas Cecilia y una agente de policía
(Continúa)
Apenas quedaban cinco días para la Navidad y la mayoría de las chicas ya se habían ido a sus respectivos hogares, a disfrutarlas junto a sus familias. Pero Ana y Lidia siempre esperaban hasta el último instante para marcharse.
Ana tenía el billete de autobús para las 12 horas del día siguiente, mientras que a Lidia le tocaba coger el avión de las 13h. Allí estaban las dos, caminando sigilosamente por los pasillos, rezando entre risitas por que las monjas no las pillaran.
Estaban a punto de llegar al cuarto de Lidia cuando Ana, en un alarde de torpeza pisó la baldosa falsa, que emitió un ruido inesperado en aquella noche tranquila, que las hizo sobresaltarse. El primer impulso de Lidia fue empujar a Ana contra la pared y taparle la boca para que no emitiera sonido.
Se quedaron así un rato, mirándose en la oscuridad mientras sus respectivos corazones latían acelerados.
Entonces Lidia posó sus labios sobre los de Ana, besándola. Ésta, influída por la excitación del momento la respondió sin pensarlo, hasta que se separó de una manera un tanto brusca, diciendo:
- Parece que la monja no viene, sigamos, anda.
Entraron en el cuarto de Lidia. Ésta se sentó un su cama, mientras que Ana optó por la silla de escritorio.
Lidia, haciéndole un gesto con la mano, le dijo dulcemente:
- Anda, ven aquí que no te voy a comer.-
A lo que Anda respondió a la manera de reproche:
- ¿Ah, no? ¿Y qué ha sido lo de antes?
- ¿Lo de antes?, ¿a qué te refieres con lo de antes?. - Anda, niña, ven aquí para que nos podamos escuchar bien sin tener que alzar la voz.
La residencia de estudiantes se encontraba situada al final de un frondoso bosque de hojas amarillas. Compuesto en su mayor parte por castaños de grueso tronco que habían echado sus raíces sobre aquel espeso manto de hierba. Esbeltos abedules que parecían querer tocar con sus ramas más altas el cielo gris. Acacias, robles y arces que se perdían entre los montes hasta donde alcanzaba la vista. A la entrada, se elevaba una alta verja de hierro forjado, macizos de flores cuidadosamente arreglados y un estrecho camino de grava que conducía hasta los grandes frontones de madera de la entrada. Se trataba de un edificio sobrio y funcional, con cierto aire de fortaleza y hermetismo. Se caracterizaba por su horizontalidad y su simetría. Con grandes pilastras y columnas que parecían dispuestas para impresionar e infundir respeto al visitante.
En suma, un feo y enorme bloque de piedra, inexpresivo, metódico y ordenado, que se erguía pesadamente en los lindes de aquella verde floresta.
Ana lo dudó unos segundos antes de acceder.
Al cabo de unos minutos ya estaban otra vez como siempre, hablando de sus cosas, riéndose, disfrutando de la gran amistad y tierna complicidad que las unía.
Una cosa llevó a la otra, y terminaron haciéndose cosquillas.
Lidia, que era muy sensible, no podía aguantar las risas, por lo que esta vez fue Ana la que tuvo que taparle la boca, echándosele encima.
Lidia apartó suavemente la mano de su compañera, mientras la miraba y le decía en un tono de voz apenas perceptible:
- Estás muy guapa.
- No sé que carajos te pasa, Lidia, pero déjalo ya, ¿quieres? - respondió Ana.
- No seas boba y déjate llevar.-
Ana la miró con una mezcla de miedo e incertidumbre, mientras que Lidia le acariciaba los cabellos. De ahí pasó a la mejilla y de ésta a los labios...
Ana dejó escapar un leve sonido que indicaba que aquéllo le gustaba, así que Lidia no dudó en besarla, siempre con mucha suavidad y dulzura.
Ana empezó a dejarse llevar, intentando no pensar en nada en concreto. La situación no dejaba de ser agradable, aquéllo sólo eran inocentes besos y juegos de caricias.
Las manos de ambas chicas se movían con total libertad sobre aquellas geografías desconocidas hasta el momento; colonizando montañas y estrechos que jamás hubieran imaginado existieran. Manos que abrían camino a lenguas más tímidas pero igualmente ardorosas.
La hermana Cecilia se acercó se acercó sigilosamente hacia el lugar de donde procedían los ruidos... No era posible que hubiese alumnas, todas se habían marchado, ya eran las 13:15 h. Con mucho cuidado se inclinó para ver qué es lo que sucedía Y pudo comprobar los cuerpos pasionales de aquellas jóvenes Su cuerpo ardió en deseos de estar allí entre ellas, pero su cabeza le decía lo contrario, la batalla sólo duró unos segundos, el tiempo en el que ella cerró la puerta con sumo cuidado, quitándose el hábito y la ropa interior
Si bellos eran aquellos cuerpos, el de la monja era un auténtico espectáculo, cualquier persona hubiese dicho que era un auténtico desperdicio no poder aprovechar la pasión sensual que emitía aquel conjunto de piel morena que acentuaba de una forma soberbia las curvas de ese regalo tan pésimamente envuelto en unas ropas que no le hacían justicia alguna
Acariciándose los pezones y rozándose con los dedos ese volcán del deseo, fue hacia su propio infierno mordiéndose los labios Sus 25 espléndidas primaveras se acoplaron perfectamente al cuerpo de Ana. Comenzó a soplarle suavemente en el oído, a chuparle el lóbulo de la oreja, acariciarle el pelo Mordisquearle la nuca, al tiempo que sus dedos toqueteaban como baquetas el tambor de la lujuria Piel sedosa con olor a melocotón en almíbar (su favorito) El cuerpo de Ana, tras sentir aquellas caricias, se dio la vuelta Quería más y vaya que si recibió más Cecilia se apoderó de ella, la besó, la estrujó contra sí Restregó su sexo contra el de Ana, le introdujo los dedos en su vagina y allí se entretuvo hasta que la hizo correrse y despertarse medio somnolienta Ana miró atónita esa belleza escultural, Cecilia le echó un guiño pícaro Pero ella no lo entendía, no podía imaginarse por un momento
De repente se oyeron unos pasos, ambas se asustaron, Ana, aprovechó la ocasión para salir de esa situación y desembarazarse de Sor Cecilia Pero no pudo Intentó gritar, pero le tapó la boca Ana le mordió y Cecilia, viéndose presa de un castigo inminente apretó el cuello de Ana, engullida por el miedo Cuando ya pasó el peligro, vio como el cuerpo de Ana yacía en la cama, inerte Cogió el cuerpo de Ana y lo echó por encima del de Lidia Agarró sus cosas y desapareció muy asustada
Lidia fue despertada por las monjas, entre ellas Cecilia y una agente de policía
(Continúa)
11 comentarios
Anónimo -
Jimul -
Cerro -
Un abrazo.
yanifollo -
Espuma -
Espuma -
pero me gustó tu manera de descibir, todo tengo que decirlo.
un relato excelente, sí.
ahora bien, lo de calavera te viene que ni pintado... je,je.
un abrazo.
white -
Octavia -
Jimul -
Los dos textos anteriores no eran míos, pero tenían cosas muy jugosas...
Yo simplemente los refundí y les di un comienzo de historia...
Y la última, cualquiera puede continuar la historia...
Si la continúo yo, me la llevo para el Infierno...
jejejejjejeje
Stuffen -
Jeje, ahora sí que tendrás que reconocer que el enigmático autor eras tú.
Pues me ha gustado, las dos partes están muy bien condensadas en una sola, y lo has sabido continuar rebien.
¡Felicidades, Jimul!
Es lo que más me gusta de lo que te he leído.
Bohemian -
vale, bueno, eso, que esperamos la segunda parte
un beso mojao!